El estrés, a menudo trivializado, es un factor que no debe subestimarse. En casos de estrés prolongado, el nivel de cortisol (la hormona del estrés) permanece alto. Sin embargo, esta hormona daña las células cerebrales y perjudica la memoria. Por lo tanto, el estrés mal gestionado puede, a largo plazo, favorecer la aparición del Alzheimer.
A esto se suma la cuestión del sueño. Durante la noche, el cerebro se “limpia”, en particular eliminando las proteínas beta-amiloides, responsables de las placas características de la enfermedad. La falta de sueño, en cantidad o calidad, impide este proceso natural y debilita el sistema nervioso central.
Nuestro cerebro es un órgano que necesita ser estimulado. En ausencia de actividades intelectuales regulares, las conexiones neuronales se debilitan. Leer, aprender, jugar, debatir: todo ello ayuda a mantener los circuitos cerebrales y a fortalecer lo que se denomina “reserva cognitiva”.
La enfermedad de Alzheimer afecta más gravemente a las personas aisladas social o intelectualmente. La soledad prolongada aumenta el riesgo de depresión, que se reconoce como un factor agravante. Mantener conexiones sociales y actividades estimulantes es por tanto esencial a cualquier edad.
4. Tabaco, alcohol y traumatismos craneoencefálicos
ADVERTISEMENT