Esta parte, aunque pequeña, es una de las más insalubres del pollo. Se encuentra cerca del orificio por donde el ave excreta sus desechos, y es muy difícil de limpiar por completo. Aunque se puede cocinar, muchas personas la evitan justamente por esta razón.
Además, contiene glándulas sebáceas que pueden acumular grasa y toxinas. El consumo habitual de esta parte puede incrementar la exposición a bacterias intestinales si no se cocina a temperaturas suficientemente altas.
Consejo: Si vas a cocinar esta parte, asegúrate de lavarla y cocinarla a fondo, aunque lo ideal es evitarla por completo.
Conclusión
No se trata de satanizar el consumo de pollo, sino de hacerlo con conciencia. Elegir bien las partes que consumes y cocinarlas correctamente puede marcar una gran diferencia en tu salud. Siempre es mejor optar por cortes magros como la pechuga, retirar la piel y asegurarte de adquirir pollo de criaderos responsables o ecológicos.
La seguridad alimentaria comienza en casa: infórmate, selecciona con cuidado y cocina con responsabilidad.
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