Tras varios días de intenso trabajo, por fin subí al avión. Este vuelo iba a ser mi salvación: unas horas para desconectar, ver una película y relajarme. Solo soñaba con silencio y paz. Pero en cuanto el avión empezó a rodar, mis sueños se vieron interrumpidos por completo. Frente a mí estaba sentada una joven, de apenas veintitantos años. En cuanto se acomodó, echó su larga y espesa melena sobre mi bandeja, ocultando casi por completo la pantalla.
No quería ninguna confrontación. Le pedí amablemente que se acomodara el pelo; se disculpó y lo hizo. Sin embargo, diez minutos después, su pelo volvió a estar en mi sitio. Me incliné hacia delante de nuevo, repitiendo mi deseo. Ni siquiera se giró y fingió no oírme. Y de repente, algo hizo clic en mi interior. Decidí que esta belleza imponente necesitaba una instrucción breve pero memorable.
Así que esto fue lo que hice. Te lo contaré, y me pregunto si crees que hice lo correcto. Lentamente saqué tres chicles de mi bolso y los mastiqué uno a uno, con calma. Luego, con total neutralidad, comencé a introducirlos en su cabello, mechón a mechón. Pasaron unos quince minutos cuando ella se dio la vuelta, pensando que algo andaba mal.
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