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EL CUENTO DE LA TRISTEZA:Simplemente me encantó♥️



Dos ojos cansados y casi sin vida alzaron la vista.
_ ¿Yo? Soy la Tristeza -susurró la voz vacilante y tan silenciosa que apenas se escuchaba-.
– ¡Ah!, la Tristeza -respondió la mujer con alegría, como si se hubiera encontrado con una vieja conocida-.
—¿Me conoces? -preguntó la Tristeza desconfiada-.
– ¡Claro que te conozco! Me has acompañado muchas veces a lo largo del camino.
_ Sí, pero… -receló la Tristeza- ¿por qué no huyes de mí? ¿Es que no tienes miedo?
– ¿Por qué debería huir de ti? Tú sabes muy bien cómo alcanzar a todo aquel que intenta huir de ti. Pero, déjame preguntarte una cosa: ¿Por qué pareces tan descorazonada?
_ Yo,… estoy triste -respondió la figura gris con voz quebradiza-. La pequeña anciana se sentó a su lado.
– Así que estás triste -dijo asintiendo compasiva con la cabeza-. ¿Por qué no me cuentas lo que te preocupa?

La Tristeza suspiró profundamente. ¿De verdad alguien iba a querer escucharla esta vez? Cuántas veces había deseado que así fuera.
_ Pues, verás -comenzó titubeante a la vez que sorprendida-, es que nadie me quiere. Es mi destino mezclarme entre la gente y quedarme con ellos durante cierto tiempo. Pero, cuando me acerco a ellos, se asustan. Me tienen miedo y me evitan como la peste. La Tristeza tragó saliva con dificultad.
Se inventan frases para intentar que me aleje de ellos. Dicen: ¡Tonterías!, la vida es alegre. Y su risa falsa les causa calambres en el estómago y dificultades para respirar. Dicen: “Lo que te hace sufrir te hará más fuerte”. Y entonces se sienten angustiados. Dicen: “Solo tienes que resignarte”. Y entonces sienten cómo se tensan sus hombros y su espalda. Dicen: “Solo los débiles lloran”. Y las lágrimas contenidas casi hacen estallar sus cabezas. O se anestesian con alcohol y drogas para no tener que sentirme.

– ¡Oh, sí! -afirmó la anciana-, me he encontrado con este tipo de personas muchas veces.
La Tristeza se encogió un poco más.
_ Pero si lo único que quiero es ayudarles. Cuando estoy muy cerca de ellos, pueden encontrarse a sí mismos. Les ayudo a construirse un nido en el que cuidar de sus heridas. Aquellos que están tristes, son especialmente sensibles. Algunas penas vuelven a abrirse como una herida mal curada y eso duele mucho. Solo aquellos que aceptan la aflicción y se desahogan llorando pueden curar realmente sus heridas. Pero las personas no desean mi ayuda. En lugar de eso, disimulan sus cicatrices con una sonrisa deslumbrante, o se envuelven con una gruesa coraza de amargura.

La Tristeza se calló. Al principio su llanto era débil, después más fuerte y finalmente desesperado.

La pequeña anciana tomó a la criatura encogida entre sus brazos. Qué suave y mullida se siente, pensó mientras acariciaba con ternura el bulto tembloroso.
– Llora, Tristeza -susurraba cariñosamente-, descansa para que puedas recuperar las fuerzas. A partir de ahora ya no caminarás sola. Te acompañaré para que el desaliento no se haga más fuerte.

La Tristeza dejó de llorar. Se enderezó y miró asombrada a su nueva compañera.
_ Pero… ¿Y tú quién eres?
– ¿Yo? -respondió la pequeña anciana risueña que empezó de nuevo a sonreír como una niña pequeña y despreocupada-. ¡YO SOY LA ESPERANZA!

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